Cada año abro este archivo.
Viajo en la historia de este pequeño ser
que se creó cuando la palabra muerte empezó a tomar una forma concreta,
a la vez que tu ser perdía justamente su forma material.

Leo uno a uno su contenido.
No los veo más como escritos para ti, si no como retratos.
Son fotografías de mi alma que cada año tomo con el mismo fondo,
el fondo negro de tu muerte.

El escenario es el mismo.
De un lado la espera de nuestros padres con el ansia de oír que eres recordada.
Y en el otro, tu recuerdo que cambia año con año.

Para tener el escenario listo, primero tengo que sacar de ese baúl los recuerdos tu imagen.
Esa imagen que pertenece al pasado pero que vive en el presente.
Que saco de vez en vez para asegurarme que sigue ahí.
Que multiplico al platicar de ti, para asegurarme que siempre que busque en el baúl, te encontraré.
Tu imagen que, al ir perdiendo su materialidad, su carácter concreto, se ha vuelto una especie de mito.

Yo obedientemente me situó en el lugar marcado.
Te observo mientras la cámara absorbe la luz que refleja mi interior.
El resultado se tiñe de diferentes tonalidades.
Al principio predominaba el miedo, el arrepentimiento y la negación.
Después resaltaban el cansancio y la impotencia.
Últimamente la aceptación y resignación han dejado su marca.

Continuo el rito.
Guardo la foto en el mismo archivo y
lo envió celosamente solamente a esos dos seres que entiende su contenido.

Reviso de nuevo a este ser que tiene ya 13 años.
Sé que soy yo misma, aunque a veces lo veo como algo externo y no lo reconozco.
Los retratos no engañan.

Lo vuelvo a guardar muy en el fondo.
No quiero que se apodere mucho de mí.
El próximo año volverá a salir totalmente expuesto.
Le tomare su foto y observaré cual bello es.

Noviembre 18, 2016

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